miércoles, 25 de enero de 2012

EN NOMBRE DE LA DEMOCRACIA: LO PATENTE

EN NOMBRE DE LA DEMOCRACIA: LO PATENTE


Juan Felipe Orozco Ospina

Parece una mera perogrullada iniciar una exposición sobre la democracia indicando que las escuelas ortodoxas suelen indicar que el término proviene lingüísticamente del antiguo griego (δημοκρατία) “demoskratos”, a partir de la fusión de los vocablos (δῆμος) “demos”, que puede traducirse como “pueblo” o “multitud” (para Platón), "de los más" (para Aristóteles) o “Mayoría” (visión convencionalmente aceptada, en especial, tras las revoluciones burguesas) y (κράτος) “krátos”, que puede traducirse como “poder” o “gobierno”.
Esta etimología suele ser complejizada por las posiciones críticas con la inclusión de la lectura del término “demos” como un neologismo derivado de la fusión de los usos “demiurgos” y “geomoros”. Se señala, conforme al mito de Teseo, que los “geomoros”, “demiurgos” y los “eupátridas” fueron las tres clases sociales en las que se dividió a la población libre del Ática (no se incluyó en esta división a la población no libre: los metecos, los esclavos – ilotas - y las mujeres). Los artesanos “demiurgos” y los campesinos “geomoros” eran pequeños propietarios y se diferenciaron en lógica equivalencial de los nobles “eupátridas”. Así, los “geomoros” y los “demiurgos” conformaron el “demos” como exclusión de los “eupátridas”. De allí viene que textualmente se indique que “democracia” significa “gobierno de los artesanos y los campesinos” como un rechazo expreso a la participación de la población no libre y de los nobles en el ejercicio del gobierno (OCHOA DEL RÍO: 2010). Por esta razón, Fernández Bulté entiende que:
Democracia era exclusivamente eso: poder del demos. Y el concepto de demos era totalmente excluyente. Excluía no sólo a los esclavos, a los vecinos de lugares fuera de Atenas, a las mujeres, sino que excluía también a los nobles eupátridas. Por eso hemos dicho en ocasiones, con todo rigor histórico, pero haciendo una provocación, que aquella era una genuina democracia, sin afeites ni engaños. (OCHOA DEL RÍO: 2010)
Desde este origen etimológico, lo primero patente es que la descripción ortodoxa produce un problema hermenéutico de ambigüedad entre las duplas a) poder-gobierno y b) pueblo-mayoría y, en consecuencia, sobre su posible conjunción: a) poder de la mayoría, b) poder del pueblo, c) gobierno del pueblo y d) gobierno de la mayoría. Lo segundo es que produce un problema consistente en la vaguedad, que de suyo, acompaña la abstracción propia de estos usos. De esta manera, el nombre “democracia”, por cuenta de las amplísimas posibilidades de definición que subyace a la hermenéutica sintáctica (escuelas ortodoxas) y a la hermenéutica semántica (escuelas críticas), puede representar prácticamente cualquier cosa para quien se aboca en la tarea de significación.
Esta es tal vez una tenue luz del porqué patente, en la teoría y en la praxis, en nombre de la democracia se justifica prácticamente lo impensable y se hace hasta lo más incomprensible - que raya muchas veces en el ridículo, el absurdo o la extravagancia –, esto indica cómo la explicación lingüística supera su marginalidad aparente de Perogrullo para adquirir una significativa importancia.

Claros ejemplos, entre muchos otros, de la justificación de lo impensable y la acción ridícula, absurda y extravagante lo representan las guerras norteamericanas por el control geopolítico del petróleo en oriente medio, el genocidio de los Tutsis a manos de los Hutus en Ruanda, el conflicto de los Balcanes – que recordó nuevamente los horrores que es capaz de cometer el “Ello” latente del hombre Europeo, que por definición ideológica propia teatralizada en el campo Bourdieuno es bueno, tolerante, solidario, pluralista, en suma: “civilizado”, el más humano de los humanos sobre la tierra –, la decisión de desmantelar los Estados de Bienestar en el planeta entero para salir de la crisis financiera global – el mayor crimen que la humanidad ha conocido en su contra en su corta historia occidentalizada – o la negativa del gobierno colombiano a dialogar en mesas públicas de negociación con los movimientos guerrilleros colombianos – paradójicamente, el gobierno anterior, cuyo Ministro de Defensa es nuestro actual Presidente, lo hizo a puerta cerrada con los paramilitares (hoy el gobierno se refiere a ellos con el eufemismo de “Bandas Criminales”) como el más importante espaldarazo gubernamental, aparte de su creación y auspicio, al terror paramilitar; a la consolidación del proyecto de Estado de Mafia Corporativa que actualmente enluta a Colombia).
Estos excesos morbosos, inenarrables, se cometieron en nombre de la “democracia”. Denigraron del proyecto de convivencia social - del proyecto mismo de humanidad -, se abalanzaron como fieras famélicas en contra del progreso del pensamiento, en contra del derecho de las generaciones a darse sus instituciones de gobierno en razón del progreso del pensamiento y la transfiguración de ese discurso normativo en una realidad mejor en el mundo de sus vidas. En conclusión, se trata de acciones “en nombre de la democracia” que pueden tornar nugatoria la idea clásica de la ilustración kantiana: “¡Sapere aude! ¡Ten valor de servirte de tu propio entendimiento! Tal es el lema de la ilustración” (KANT, 2010: 3). Así, se dijo e hizo invocando el nombre de la democracia:
Para esparcir la democracia a los salvajes del norte de África y del Oriente Medio que viven tiranizados por dictadores que ellos mismos apoyaron y, en algunos casos, eligieron “pseudodemocráticamente”, sin embargo, ese hombre “predemocrático” norteafricano, ese hombre “salvaje” del Oriente Medio, no entiende – y no importa que tal vez nunca lo llegue a entender – que la democracia es la forma de gobierno de la propia naturaleza social del hombre; de la humanidad.


Para reclamar el ejercicio de la democracia: nosotros Hutus, la mayoría de la población Ruandesa, nos asiste el derecho intangible a gobernarnos, reclamamos elecciones, nuestro derecho es inalienable e indisponible: reclamamos la predominancia en el gobierno político del Estado ruandés, un Estado que fue gobernado por ustedes, Tutsis, una minoría étnica poblacional, con base en el argumento absurdo de los biólogos Belgas y Franceses del siglo XIX y principios del XX consistente en que ustedes son más parecidos al hombre europeo - al civilizado hombre europeo -, por lo cual, burlando ilegítimamente el canon democrático, les mintió al enseñarles que tienen el derecho natural a gobernar. A nosotros, Hutus, por el contrario, sí nos asiste ese derecho natural a gobernar, ya no con base en la falacia antropológica del acercamiento a estándares biológicos (argumento rebatido hace mucho), ahora, ejerceremos el derecho a la democracia con base en la biología social del número, una teoría “no rebatida” de los autorizados naturalistas sociales occidentales… llegó la hora de “erradicar la invasión asesina de los Tutsis” es hora de “talar los árboles altos”...
Para exigir el derecho a la autodeterminación: somos naciones diferentes, tenemos el derecho a fundar nuestros propios Estados, adiós a la Federación Yugoslava. En esos territorios amojonados por fronteras virtuales que constituyen nuestros nuevos Estados-nación, la democracia representa el derecho a gobernar de, por y para los cristianos, los musulmanes, los serbios, los bosnios… por ello, para evitar el predicamento de una nueva exigencia del derecho a la autodeterminación democrática por las minorías religiosas o étnicas extrañas y extranjeras, en cualquier caso: diferentes a la nuestra, nos permitimos abrir la caja de pandora del exterminio, del genocidio, pues al final de cuentas, esa caja contiene lo más importante: la esperanza democrática del autogobierno; la promesa de su emergencia de las ruinas pos-apocalípticas.
Para protegerla y diferenciarla de las falsas ideologías “democráticas”: la Europa civilizada exigió el cese de la guerra en los Balcanes: los europeos dijeron que no se trató de un conflicto armado democrático (una de las pocas maneras de legitimar la guerra), más bien, se trató de guerras de exterminio religioso y racial. Ustedes por ser casi europeos – mejor: seudo-civilizados – no comprenden el verdadero significado de la democracia. Ustedes no representan la magnitud del hombre europeo, sin embargo, al igual que casi todos los salvajes del mundo que se han exterminado mediante guerras deshumanizantes, conocen muy bien el significado del capitalismo, por ello, les hemos vendido las armas para que jueguen a hacerse la guerra, a pesar, de que también hemos denunciado públicamente que esas guerras han sido antidemocráticas – asistimos a una ruptura central de nuestro tiempo entre el discurso público y el privado –.
Para vengar las afrentas democráticas: el gobierno colombiano no aceptó la propuesta del líder de las FARC, alias “Timochenco”, de realizar una negociación en mesas públicas para cesar el enfrentamiento armado interno, porque, al parecer del gobierno, “vocero autorizado de la democracia en nuestro Estado”, las Farc defraudaron al “pueblo” colombiano en los diálogos del Caguán – hace más de una década –, lo esperanzaron indebidamente con un cese “democrático” de la guerra. Así, ahora que prácticamente los hemos derrotado militarmente – algo muy discutible –, no pueden venir ustedes como malos perdedores a defraudar, nuevamente, la esperanza de un pueblo que quiere la paz: ustedes no son parte de ese pueblo, no lo representan, nosotros sí somos los representantes legítimos de ese pobre pueblo: los que no han sufrido hambre, los que tienen todo asegurado, los que viven en la comodidad: los eupátridas. Esgrimiendo los cuchillos de estas absurdas razones, el gobierno decidió unilateralmente – de espaldas al pueblo que padece y perece en la guerra – ejercer el “derecho” a la “venganza democrática”: continuaremos recortando el gasto social y aumentando el gasto militar para hacernos la guerra, porque en cualquier caso es mejor que el pueblo muera de hambre y de ignorancia, a que ustedes, FARC, vuelvan a engañarlo con sus ardides y sus argucias.


De esta manera, se entiende el porqué gran parte de las luchas por la democracia vienen por un malentendido en los términos. Cualquiera significa el vocablo “democracia” a su amaño para facilitar la realización de sus propios intereses… sin embargo, para perpetuar semejante exabrupto parece que hemos arribado a una situación más angustiosa: un consenso teatralizado consistente en no definir la democracia para hacer, en su nombre, lo que se nos ocurra.
En el caso de una palabra como democracia, no sólo no hay una definición aceptada sino que el esfuerzo por encontrarle una choca con la oposición de todos los bandos. Se piensa casi universalmente que cuando llamamos democrático a un país lo estamos elogiando; por ello, los defensores de cualquier tipo de régimen pretenden que es una democracia, y temen que tengan que dejar de usar esa palabra si se le da un significado. (ORWELL, 2004: 4)
Lo curiosamente artificioso e intolerable de esta situación, radica en que lo políticamente latente de la democracia parte de malentender y de trabarse en combate discursivo, social e ideológico por la significación de los términos (para un populista), de discutir y luchar por los intereses sociales e individuales a través de la mejor forma de gobierno (para un formalista), de combatir por la verdad (para un revolucionario) o de priorizar la vigencia de bienes comunes para tener una “verdadera” democracia (para un sustantivista).
Así, la evidencia parece indicar una creciente tendencia hacia la despolitización de la democracia, una suerte de negación de lo político a través de la política, de la “para-política” como lo denomina Zizek:
El intento de despolitizar la política (llevándola a la lógica policiaca): se acepta el conflicto político pero se reformula como una competición entre partidos y/o actores autorizados que, dentro del espacio de la representatividad, aspiran a ocupar (temporalmente) el poder (…) es el intento de eliminar el antagonismo de la política ciñéndose a unas reglas claras que permitirían evitar que el proceso de discusión llegue a ser verdaderamente político (…) La para-política usa el modelo de la competición agonística, que, como en una manifestación deportiva, se rige por determinadas normas aceptadas por todos (ZIZEK, 2008: 28-30)
Así, en nuestro tiempo, tal vez permeado por el triunfo de la para-política, de una era pos-política donde se renunció a LO POLÏTICO, a la lucha sustancial democrática en el contexto histórico, dando paso a LA POLÍTICA incipiente, como una especie de uso papista de las meras formas institucionalizadas (principalmente jurídicas) que aprisionan, dominan y encubren LO POLÍTICO tanto en su aspecto individual como social, todo parece indicar que hemos dejado, de nuevo y en última instancia, la solución de una relación problemática “democracia” en manos de los expertos lingüistas: es menos conflictivo y mejor para la democracia que el diccionario la defina por nosotros.


Y es que no se podía esperar otra cosa, los debates para formar la opinión pública en torno a la democracia, cada vez son más light, son un claro reflejo de la ética obscena de nuestro tiempo de la creencia descafeinada, en donde concebimos que las causas de los males están llamadas a representar también la solución de sus consecuencias siniestras: el café descafeinado, el chocolate laxante, el capitalismo igualitario, la tecnología ecológica, la guerra humanitaria, para el efecto de esta reflexión: ¡la democracia sin lo político! o, más bien: ¡la política sin democracia!: “Ya no es ningún "¡Beba café, pero con moderación!"; es más bien "Beba todo el café que quiera, porque ya está descafeinado” (ZIZEK, 2006: 240). Consuma democracia, porque hoy la democracia no contiene el germen contraefectuacionario del acto político: cambiar la realidad, crear lo nuevo, cambiar las coordenadas de lo posible; hoy la democracia es pura representación de LA POLÍTICA.
¿Cómo bebemos entonces la democracia? Tal vez, un principio de respuesta a este cuestionamiento lo encontramos en el denotado abandono del desinterés en los asuntos que tienen que ver con lo político y la democracia. Cada uno de los contendientes por significar la democracia lo mueve un interés propio universalizante que lo lleva, muchas veces, a obrar de mala fe. Bourdieu (2012) lo describe con claridad:
El desinterés no es una virtud secundaria: es la virtud política de todos los mandatarios. Las locuras de los curas, los escándalos políticos, son el desmoronamiento de esta especie de creencia política en la cual todo el mundo actúa de mala fe, ya que la creencia es una suerte de mala fe colectiva, en el sentido sartreano: un juego en el cual todo el mundo se miente y miente a los otros sabiendo que se mienten. Esto es lo oficial…
Así, los intentos por significar la democracia obedecen a una suerte de teatralización, donde los actores saben muy bien que ellos mismos y sus adversarios discursivos no conocen el significado de la democracia, pero aún así, actúan como sí lo supieran. Esta lógica indica, entre otras cosas, que lo que antes consideramos patente de la democracia ya no lo es tanto, lo patente ahora en la significación de “democracia” lo podemos encontrar indeseable: parte de una farsa institucionalizada: nadie conoce el significado de la democracia, pero sabemos que nadie lo conoce, por eso, en nombre de la democracia, podemos justificar prácticamente lo impensable y hacer lo más absurdo, ridículo, o extravagante, todo ello, en el marco de la procura de nuestros propios intereses, no los del “pueblo” o los de la “mayoría”, porque es claro que uno de los primeros sacrificios de la época pos-política fue el “desinterés”.
De esta manera, consolidamos nuestro planteo sobre lo patente de la democracia: es una especie de obra de teatro donde nos sabemos actores, obramos de mala fe y buscamos la satisfacción de un interés propio; es una suerte de ritual como el de Papá Noel:
Celebramos el ritual de Papá Noel porque nuestros hijos (se supone) creen en él y no queremos decepcionarlos; y ellos fingen creer para no desilusionar nuestra creencia en su ingenuidad (y para recibir regalos por supuesto) (ZIZEK, 2008: 37-38)
En el idioma español, la evidencia final para corroborar el planteo expuesto lo representan las dos acepciones que sobre “democracia” provee el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española: “1. f. Doctrina política favorable a la intervención del pueblo en el gobierno y 2. f. Predominio del pueblo en el gobierno político de un Estado”. Esta “solución” en los términos, ahora introdujo un nuevo uso problemático: EL PREDOMINIO. Este término es definido por el mismo diccionario como: “1. m. Poder, superioridad, influjo o fuerza dominante que se tiene sobre alguien o algo…”. PARA LAS ESCUELAS ORTODOXAS EL PREDOMINIO SUELE SER SIGNIFICADO…

Por otra parte, algunos heterodoxos significamos ideológicamente la democracia como utopía:
(…) la utopía no tiene nada que ver con imaginar una sociedad ideal imposible; lo que caracteriza la utopía es literalmente la construcción de un espacio u-tópico, un espacio social fuera de los parámetros existentes, de los parámetros de lo que parece posible en el universo social existente. Utópico es un gesto que cambia las coordenadas de lo posible (ZIZEK, 2004: 194)

REFERENCIAS:
KANT, I. (2010). Contestación a la Pregunta: ¿Qué es la Ilustración?. En: Kant II. Madrid: Gredos.
OCHOA DEL RÍO, J (2010). “La Democracia. Aportes para un Análisis Conceptual desde Cuba”. En: Contribuciones a las Ciencias Sociales, febrero 2010. www.eumed.net/rev/cccss/07/jaor.htm
ORWELL, G. (2004). “La Política y el Lenguaje Inglés”, en: Letras Libres, Junio de 2004.
BOURDIEU, P. (2012). “¿Cómo se forma la Opinión Pública?”. En: Le monde Diplomatique, Edición Nro 151 - Enero de 2012. http://www.eldiplo.org/notas-web/como-se-forma-la-opinion-publica
ZIZEK, S. (2004). Violencia en Acto. (Hounie Analía. Comp.) Conferencias en Buenos Aires. Editorial Paidós: Buenos Aires.
(2006). “Passion in the Era of Decaffeinated Belief”. In: Religion and Political Thought. Michael Hoelzl and Graham Ward (Eds). Continuum: London.
(2008). En defensa de la intolerancia. Ediciones Sequitur: Madrid.


1 comentario:

Alejandro Guzmán dijo...

En este artículo usted hizo un gran esfuerzo por recorrer varios pensadores y siempre dandole importancia a lo mismo "los términos". Para mi gusto muy analítico, para un analítico, enredado y en cuestiones prácticas un debate desgastado; me queda una duda: su intención no era criticar el sistema democrático de occidente???